Los medios de
comunicación refuerzan actitudes pero no producen una interacción con personas,
sino con máquinas. Cuando vemos televisión, nos dicen lo que va a pasar y
nosotros nos lo encontramos por primera vez, es decir, interactuamos. Sin embargo, la
televisión no convierte esas actitudes, es decir, cuando vemos un vídeo
violento la televisión no nos dice posteriormente que eso sea malo, simplemente
muestra el vídeo. Por lo tanto, el niño puede pensar que eso es algo bueno y
correcto y crearse esa opinión, ya que no tienen experiencias anteriores sobre
ello.
Por otra parte, los medios de comunicación pueden crear opiniones sobre temas que la audiencia no conocía anteriormente, como demostró Lazarsfeld en 1948. Realizó un estudio sobre el conocimiento político de la población y llegó a la conclusión de que un mismo mensaje puede crear opiniones diferentes en la población dependiendo de sus ideas políticas.
Así, podemos deducir que el efecto de los medios de comunicación puede ser uno u otro dependiendo de la predisposición que haya por parte del espectador. Según esto existe la
exposición selectiva, que es la forma en la que recordamos, mejor o peor,
determinados momentos dependiendo del nivel de agrado que nos produzca y por lo tanto, decidimos exponernos o no a ello según el interés que nos produzca. De esta
manera, recordamos mejor los momentos felices que los tristes. También encontramos la recepción selectiva, que es la interpretación
selectiva que hacemos de algo que nos ocurre según el efecto que tiene en
nosotros. Otro factor que influye es el grupo de comunicación, ya que
nuestra opinión suele variar dependiendo de la que tenga la mayoría.
En definitiva, la
capacidad de conversión de los medios de comunicación actúa sobre los niños
haciendo que conviertan conceptos importantes en irrelevantes, e informaciones
irrelevantes en informaciones importantes haciendo que confundan la realidad. La labor de los padres es, por tanto, evitar esto explicándoles cuáles son las actitudes buenas y las malas.
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